Más que palabras...
"Discapacidad" y "discapacitados"


"Discapacidad" y "discapacitados", 
más que palabras 

La sociedad nos ha bautizado "discapacitados". Sin embargo, nosotros no solemos identificarnos con esta denominación.
En general, la asociamos a la falta de integración que nos reserva el medio.
Muchas veces nos enojamos cuando nos sentimos rechazados por el resto de la gente.
Tenemos derecho a hacerlo, pero no es así como obtendremos una actitud integradora por parte de los que no saben ofrecerla.
Es un error plantear el problema como la puja entre dos bandos. Lo ideal es que podamos convertirnos en protagonistas de la solución, tendiendo un puente de comunicación entre unos y otros.
¿Acaso no somos nosotros los más indicados para demostrar que, a pesar de las limitaciones, llevamos una vida normal como cualquier otra, y que no pertenecemos a ninguna raza extraña? . ¿Qué les pasa a los que están en la vereda de enfrente?.
Para empezar, son varios los que no han establecido un contacto lo suficientemente cercano con quienes acarreamos una "discapacidad". Por eso están llenos de confusiones acerca de las aptitudes y necesidades que poseemos.
Algunos también padecen bloqueos. El típico es el de creer que la discapacidad es contagiosa o algo parecido, lo que les impide acercarse a quienes somos los portadores del virus.
Por último, la mayoría no ha ahondado aún en el motivo fundamental para ser decididamente un integrador.
¿Cuál es? ¿Ser solidario? Sí, pero no como sinónimo de ser dadivoso, sino como lo opuesto a ser solitario. La solidaridad bien entendida pasa por la conveniencia que implica ocuparse del bien común.
Aquí se presentan dos situaciones muy concretas.
La primera consiste en que, si los llamados "discapacitados" logramos optimizar nuestro desarrollo, podremos brindarle un mayor aporte a la comunidad.
La segunda radica en que, si a alguien le cae la bomba de la "discapacidad" (puede sucederle a cualquiera), sin duda deseará ser partícipe de un mundo que ya esté perfectamente integrado.

Volviendo al calificativo.
¿No es extraño llamarnos "discapacitados" a aquellos a los que, si bien se nos ha declarado una "discapacidad", más que seguro también podrán atribuírsenos numerosas capacidades? Paradójicamente, estamos tan adaptados a la "discapacidad" que en reiteradas ocasiones nos olvidamos de que la tenemos en nuestro haber; de hecho, lo de "discapacidad" también es relativo.

¿Cómo referirnos entonces a aquellos que hemos adquirido algún tipo de déficit, sea sensitivo, motor o mental? A los efectos de ser prácticos, debemos encontrar una sola palabra que cumpla con ese fin.

Es por demás ilustrativo lo que sucede con estas dos palabras y los diccionarios.
Algunos no las incluyen, pero observen cómo las define uno de estos libros:
" Discapacitado . Persona que padece una discapacidad";
" Discapacidad . Condición del discapacitado".
Están instaladas en el lenguaje, pero no están blanqueadas por los diccionarios, o lo están a medias, ya que eluden la responsabilidad de definirlas como corresponde.
Dicho sea de paso, debemos tener en cuenta que, si hilamos fino, una palabra tiene tantos significados como individuos hay que la utilizan.

Si ampliamos el espectro, podríamos convenir en que la capacidad o la discapacidad están emparentadas con la posibilidad o imposibilidad de hacer, decir, creer, pensar, sentir o percibir algo.
Por lo tanto, todos tenemos un puñado de capacidades y otro de discapacidades.
En realidad, casi nunca se es absolutamente capacitado o discapacitado, con respecto a una determinada capacidad.
¿Qué ocurre con las "discapacidades"? Muchas de ellas difícilmente pasan inadvertidas.
¿Y con las capacidades? Estas, en cambio, no suelen manifestarse de un modo tan evidente.
¿Casualidad? Veamos.
Metiéndonos en el campo que nos ocupa, tenemos que:
Un bastón blanco nos informa que la persona que lo porta está imposibilitada de captar imágenes a través de sus retinas.
Sólo más tarde detectaríamos la capacidad que posee para registrar los más mínimos detalles, o la de entablar relaciones intensas con aquellos con los que le toca vincularse.

Una silla de ruedas nos comunica que la persona que va sentada en ella está imposibilitada de mover sus piernas.
Sólo después nos percataríamos de la capacidad que posee para desplazarse por los sitios más recónditos, o la de disfrutar especialmente de cada uno de sus viajes.

Ciertos rasgos característicos nos avisan que esa persona está imposibilitada de desentrañar razonamientos de gran complejidad.
Sólo más tarde descubriríamos la capacidad que posee para intuir el quid de las cuestiones aparentemente más intrincadas, o la de alcanzar la felicidad, justamente desde su simpleza.

¿Alguna vez a alguien se le ocurrió confeccionar un ranking de capacidades? Si lo hiciéramos, existen dos que, con seguridad, serían merecedoras de los primeros puestos.
¿Cuáles son? La de amar y la de comprender. Y se le suma una tercera: la de comunicarse.

¿Somos conscientes de que el crecimiento personal deriva básicamente de ensanchar el corazón y repartir afecto en todas sus versiones, abrir la mente a lo más inabordable o a lo muy diferente y multiplicar las herramientas para conectarnos cada vez mejor con el mundo exterior? Desde este punto de vista, quien no reconozca ser un poco "discapacitado" que tire la primera piedra.

El clic que todos deberíamos hacer no es otro que priorizar el desarrollo de estas tres capacidades esenciales, que tienen la particularidad de potenciarse entre sí: entonces habremos transformado nuestra concepción de la evolución, al descubrir cuál es el camino que nos transportaría hacia la gran integración de la humanidad.
ƒsta lleva implícita la otra meta específica: que los todavía denominados "discapacitados" seamos integrados al resto de la sociedad, y viceversa.

Un neologismo

Para que no queden dudas (no es mi intención sumar eufemismos), estos vocablos pretenden sustituir a los correctos.
La palabra discapacitado jamás debió elegirse.
El prefijo dis- indica negación, o sea que discapacitado vendría a significar "no capacitado".
Vamos a decirlo con todas las letras: además de no ser para nada representativa, la palabra ¡es horrible!
Es más, ¡discapacitado está a un paso de ser sinónimo de inútil !
Todos tenemos mucho para dar, por supuesto que nosotros también, y, a la vez, todos necesitamos algún tipo de ayuda, tanto unos como otros. Las palabras ejercen poder y, si se usan indebidamente, pueden ser letales.
Por otro lado, la lengua de un pueblo refleja la estructura de su pensamiento.

Ultimamente, en algunos ámbitos, se habla de las "personas con capacidades diferentes".
Está muy bien, pero son cuatro palabras.
Es cierto que hay otras maneras de ver las cosas, que es posible buscar otros modos de transitar por este mundo, y que se puede desplegar otras lógicas para interpretar el sentido de la vida.

Dijimos una palabra.
Ahí va.
Es un neologismo.
Si descartamos el prefijo dis- y adoptamos dif- (de diferente ), se puede construir una expresión con otra connotación, pero que suena casi igual: difcapacitado .
También se podría hacer idéntica operación con la palabra discapacidad : difcapacidad .
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Nota: la computadora sugiere reemplazar difcapacidad y difcapacitado por discapacidad y discapacitado .
Tal vez, en un futuro próximo, el programa Word invierta su sistema de corrección.
Será todo un síntoma.

Por Pedro Moreno
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El autor es director de la asociación civil Recapacitando.
Su dirección de correo electrónico es mailto:recapacitando@grupoabierto.com

 

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