Por Graciela Dondero, Fonoaudióloga.

Cuando el aprendizaje presenta dificultades, el descartar trastornos auditivos permite hacer
diagnogsticos certeros y planes de tratamiento apropiados.

"Es hora de pasear el perro". Dijo la madre de Matías. Fue necesario que lo repitiera tres veces para que el niño respondiese. "¿No me oías? ¡Qué distraído} Me parece que oye lo que le conviene", reflexionó en voz alta la madre. Matías se sintió agraviado y quiso defenderse, pero no estaba en su conocimiento la verdad acerca de su situación. "Oigo menos que los demás", debió decir; pero él no lo sabía. No conocía el parámetro auditivo que se considera "normal", y, por lo tanto, no le era posible efectuar la comparación que le permitiese concluir que su capacidad auditiva estaba disminuida. Sólo calló, recordando que también la maestra le sugería a menudo que no se distrajera. Hacía un tiempo que trataba de cumplir con los requerimientos de su madre y su maestra, pero no sabía cómo hacerlo.

Esta historia, que parece excesivamente dramática, es una vivencia muy frecuente de niños que, habiendo padecido otitis media a repetición, conservan como secuela la disminución auditiva generada por procesos inflamatorios con la presencia, en ocasiones, de acumulación de líquido en la caja del oído medio.

Este tipo de hipoacusias, llamadas conductivas, presentan como una de sus características la de ser fluctuantes. De acuerdo con el descenso del umbral audstivo se consideran leves o moderadas.
La conducta de estos niños generalmente se altera pudiendo inclinarse hacia la hiperactividad o bien al aislamiento. Son diagnosticados, con frecuencia, como portadores de trastornos emocionales o de aprendizaje lento, siendo derivados a tratamiento psicológico, donde (si el profesional no es avezado en audiologia) puede pasar desapercibido el déficit auditivo.

Cuando el niño en cuestión es lo suficientemente inteligente, recurre a procesos compensatorios, como la decodificación del mensaje por el contexto general o la lectura labial espontánea, dificultando así el diagnóstico.

Recordemos que el déficit auditivo puede darse también por lesiones neurosensoriales, etiología que produce las llamadas hipoacusias perceptivas, que tienen carácter de irreversibilidad y particularidades de acuerdo al grado de pérdida auditiva.

Algunos síntomas que dan un indicio de dificultad auditiva son:

- Elevar el volumen del televisor a niveles molestos para los demás.
- Preguntar reiteradamente "¿qué?".
- No percibir la cercanía de una persona que está fuera del campo visual.
- No detectar sonidos leves como el burbujear de una gaseosa o el tintinear de una cucharita.
- Mirar fijamente el rostro del interlocutor.

Frente a cuadros como las afecciones rinosinusales frecuentes, respiración bucal, deglución atípica, descartar el déficit auditivo resulta beneficioso. También en síndromes como el de Down, la hipoacusia conductiva es una alteración frecuente que acompaña las afecciones respiratorias.

Cuando el déficit auditivo oscila en los cuarenta decibeles y no se prevé una rápida resolución del mismo (por ejemplo en niños alérgicos), considero que el equipamiento transitorio con audífonos impide efectos negativos en la estructuración y organización del lenguaje, que más adelante serán difíciles de revertir.
Para concluir, recordemos que los estímulos sonoros son pilares valiosísimos en la intrincada estructura del aprendizaje.

Tratemos de que lleguen lo más nítida y claramente posible al oído de los niños.