Discapacidad y salud
Influencia anímica materna y riesgo de discapacidad


Según los postulados de la teoría de programación fetal (fetal programming), el impacto de factores ambientales y la angustia o estrés materno durante el período fetal podrían interactuar con factores genéticos determinando el desarrollo del bebé y favorecer futuras enfermedades y condiciones como trastornos de conducta, alteraciones cognitivas, emocionales, hormonales y metabólicas o problemas psiquiátricos. La intervención temprana y el desarrollo de estrategias para controlar el estrés y reducir el impacto de las influencias ambientales serían las maneras más eficaces de disminuir el riesgo de enfermedades crónicas y discapacidades causadas por estos agentes.

El desarrollo fetal es un proceso muy complejo. En sus diferentes etapas pueden producirse cambios drásticos por influencias externas específicas. Esto significa que los factores externos pueden afectar realmente el desarrollo del feto, y algunos de estos cambios pueden persistir toda la vida.
Durante mucho tiempo se prestó especial atención a los efectos que la depresión posparto de una madre podría ejercer en el desarrollo del recién nacido. Sin embargo, desde la década de los 80 y gracias a una extensa cantidad de estudios se comenzó a poner el foco también sobre las consecuencias que el estado emocional de la madre durante el embarazo y determinados factores ambientales pueden provocar a largo plazo en la vida del ni-ño, efectos que podrían ser incluso más graves y con ma-yor proyección en el tiempo.

En pediatría moderna y psicobiología del desarrollo, se conoce a esta hipótesis como programación fetal o programación prenatal, un concepto emergente que vincula a las condiciones ambientales durante el desarrollo embrionario y fetal con el riesgo de sufrir determinadas enfermedades y trastorno a lo largo de la vida.
Las observaciones epidemiológicas, así como estudios clínicos y experimentales apoyan el concepto de la programación fetal como el origen de una serie de enfermedades como la obesidad, la diabetes tipo 2, alergias, trastornos de conducta, alteraciones cognitivas, emocionales, hormonales y metabólicas, problemas psiquiátricos y algunos tipos de cáncer.

Por su parte, el británico David Barker, médico y profesor de Epidemiología Clínica de la Universidad de Southampton, Reino Unido, y Profesor del Departamento de Medicina Cardiovascular de la Oregon Health and Science University es uno de los principales impulsores de esta teoría y sostiene que la calidad de la vida intrauterina “programa” nuestra susceptibilidad para enfermedades de las arterias coronarias, la embolia, diabetes, obesidad y una multitud de otras condiciones que aparecen con el correr de los años.
Especialistas en genética que siguieron su línea de investigación han reconocido que diversas exposiciones prenatales ambientales, nutricionales y farmacéuticas pueden influir negativamente en la programación fetal, generando diversos efectos adversos.

Muchos aspectos de nuestro metabolismo se establecen en el útero, el uso de drogas específicas, suplementos nutricionales o cambios en la dieta de la madre pueden influir en esos procesos y repercutir en la genética del feto, predisponiéndolo a diversos trastornos. Los efectos de estos cambios no siempre se hacen evidentes de inmediato, a veces pueden tardar muchos años en manifestarse a través de distintas dolencias.

Por otra parte, también es necesario destacar el rol que desempeñan los factores emocionales de la madre durante el embarazo. La publicación científica británica Genesis Research Trust asegura que el bebé en formación de una mujer afectada de estrés intenso tiene el doble de riesgo de manifestar en el futuro síntomas de TDAH, trastorno de conducta o ansiedad y la depresión. También hay un riesgo de que el niño tenga varios problemas cognitivos y de aprendizaje. Si la madre sufre de continua ansiedad, la placenta puede ser una barrera menos eficaz a la hormona del estrés cortisol. Se sabe que los altos niveles de cortisol cambian el patrón de desarrollo del cerebro fetal. El cerebro está continuamente formándose a lo largo de todo el embarazo y su desarrollo puede verse afectado incluso en etapas muy avanzadas.
La programación fetal se puede definir como aquello que nuestro medio nos dicta durante el periodo de gestación, y que influirá directamente en cómo aprendamos a sobrevivir, y cómo nos programemos para hacerlo. Además, los efectos de programación pueden pasar a través de generaciones por mecanismos que no involucran cambios en los genes. De allí la importancia de conocer profundamente aquellos factores que pueden desencadenar daños, y lograr generar intervenciones preventivas.

Programación fetal y la formación de la placenta
Los especialistas en programación fetal aseguran que existen suficientes evidencias para considerar que la programación de la salud se encuentra íntimamente relacionada con las condiciones en que se da nuestra estancia en el útero materno, adquiriendo tanta importancia como nuestras predisposiciones genéticas (Hocher B, Slowinski T, Bauer CH, Halle H. T). De hecho se estima que el genotipo del feto es responsable del 15% de las variaciones del peso al nacimiento, mientras que el “matro-ambiente” sería responsable del 30% de las variaciones de peso, sugiriendo que el ambiente que provee la madre es más importante que su contribución genética para el peso al nacimiento.

Durante los nueve meses de vida prenatal el feto estará expuesto a las condiciones impuestas por la madre y se desarrollará de acuerdo a las limitaciones del anteproyecto genético, la disponibilidad de alimento, las perturbaciones nutricionales o endocrinas y toda una variedad de estímulos ambientales.
La placenta juega un papel clave en la programación, sobre todo si tenemos en cuenta que el primer trimestre de la gestación debe considerarse tiempo de crecimiento placentario más que fetal. La placenta puede propiciar un mejor inicio a la vida fetal si es capaz de estimular tempranamente el crecimiento.
En un estudio titulado “El papel de la placenta en la programación fetal de las enfermedades crónicas del adulto”* se afirma que la placenta cumple múltiples funciones durante la gestación. Por ejemplo, protege de agentes patógenos al feto en crecimiento, realiza el intercambio de nutrientes y desechos entre la madre y el hijo, y es fuente de variadas hormonas que controlan el metabolismo y crecimiento fetal. Por este motivo, una adecuada función placentaria representa un punto clave para un embarazo exitoso. Si por alguna razón estas funciones llegaran a sufrir alteraciones, el efecto en el desarrollo del feto sería inminente.

En dicha investigación se asegura que “ciertas enfermedades del embarazo como la preclampsia, la diabetes gestacional y la restricción de crecimiento intrauterino, están asociadas a cambios estructurales y funcionales en la placenta, los cuales dan cuenta de los problemas en el desarrollo fetal característicos de estas patologías. Además, existe una gran cantidad de estudios que demuestran la relación entre una equilibrada vida in utero, con la predisposición a sufrir enfermedades cardiovasculares y metabólicas en la vida adulta”.
La placenta establece una interfase entre la madre y el feto y también entre el feto y el medio ambiente. Teniendo en cuenta sus importantísimas funciones, las propiedades intrínsecas de la placenta: el tamaño, estructura, superficie de intercambio, el grado de vascularización y la abundancia de transportadores específicos para distintas moléculas y síntesis de hormonas, así como las extrínsecas: nutrición materna y flujo sanguíneo uterino, son determinantes para su correcto funcionamiento.

El medio ambiente puede perturbar el entorno intrauterino si afecta la nutrición de la madre durante el embarazo. Se han realizado estudios con modelo animal donde se pudo comprobar que la desnutrición proteica resulta en diversos grados de perturbación en el metabolismo de la glucosa y la función cardiovascular en la descendencia.
La alteración del balance nutricional de la madre durante la gestación determina alteraciones en el traspaso de nutrientes al feto, y con esto genera un ambiente intrauterino adverso para el desarrollo del feto. Para este proceso la placenta es determinante como órgano regulador del bienestar fetal.
Asimismo, la placenta man-tiene la homeostasis fetal (estado de equilibrio dinámico o el conjunto de mecanismos por los que todos los seres vivos tienden a alcanzar una estabilidad en las propiedades de su medio interno) mediante la realización de una amplia gama de funciones fisiológicas, que tras el nacimiento se llevan a cabo por el riñón, tracto gastrointestinal, pulmones y las glándulas endocrinas del recién nacido.

Las patologías propias del embarazo, tales como la restricción del crecimiento intrauterino, la diabetes gestacional y la preclampsia (to-xemia del embarazo), pueden ser el resultado de estas condiciones adversas y alteraciones metabólicas del ambiente intrauterino para la vida fetal, desde el momento de su concepción. Estos procesos son la clave de los estudios que hoy se encuentran en desarrollo, con el objetivo de dilucidar los mecanismos sistémicos, celulares y moleculares asociados al fenómeno de la programación de la placenta sobre el feto humano.

Incidencia del estrés y la alimentación
El estrés materno durante el embarazo tiene efectos generalizados sobre la fisiología del feto y también sobre su futuro comportamiento programando genéticamente al bebé para ser más susceptible a la ansiedad y predisponiéndolo a problemas de conducta. Estos efectos pueden verse como el resultado de la plasticidad del desarrollo adaptativo: las hormonas maternas del estrés llevan información sobre el estado del mundo exterior, predeterminándolo en sus reacciones ante futuras circunstancias de vida.

Estas hipótesis pudieron comprobarse en estudios recientes que indicaron que la angustia prenatal materna en roedores y primates influyó negativamente a largo plazo en la capacidad de aprendizaje, el desarrollo motor y el comportamiento de sus crías.
En los últimos años, el resurgimiento del interés acerca del período prenatal como una fase de transición para futuras enfermedades, incluyendo las psiquiátricas, ha sido impulsado por la enorme atención dedicada a la teoría de la programación fetal avanzada De Barker y sus colegas.
Para los especialistas una de las principales responsables de estos impactos es la hormona cortisol, liberada como respuesta al estrés materno. Estas hormonas son muy necesarias para la maduración normal del feto y para el proceso del parto. Sin embargo, ligeras variaciones en estas hormonas, especialmente al comienzo del embarazo, tienen el potencial para generar una cascada de efectos que pueden resultar en cambios en el sistema de respuesta al estrés del feto.
A mediados de 2011, un equipo de investigadores de la Universidad alemana de Konstanz llevó a cabo una experiencia para demostrar en qué medida el estrés puede pasar de la madre al feto en el útero y tener un efecto duradero.

La investigación encontró que los niños y adolescentes cuyas madres habían sido víctimas de la violencia doméstica durante el embarazo tenían alteraciones en la expresión de un gen que se ha relacionado con la respuesta de estrés y problemas de comportamiento.
Luego de entrevistar a mujeres que sufrieron o no episodios de violencia y gran angustia, los científicos llevaron adelante un exhaustivo análisis de los hijos. Fue así que pudieron cotejar que los hijos de las madres expuestas a situaciones violentas durante el embarazo presentaban cambios en un gen, el del receptor de glucocorticoides (GR). El GR ayuda a regular la respuesta hormonal del organismo ante el estrés. Es decir, puede hacer a un individuo más consciente del estrés para poder reaccionar a éste más rápido tanto mental como hormonalmente.
Los investigadores dicen que el hallazgo sugiere que las alteraciones en la expresión génica en el útero que resultan de la exposición a estrés materno puede persistir desde la infancia hasta la edad adulta. "Parecería como si el feto recibiera señales de su madre que le indican que va a nacer en un mundo peligroso. Los adolescentes de estas madres eran los más impulsivos", explicó el profesor Thomas Elbert, uno de los responsables del estudio.

Otro de los factores preponderantes en la programación fetal es la calidad nutricional llevada a cabo por la madre. La nutrición es el principal factor ambiental intrauterino que puede alterar la expresión del genoma fetal y acarrear serias consecuencias de por vida. Es decir, las alteraciones de la nutrición fetal y el estado endocrino pueden dar lugar a adaptaciones evolutivas que permanentemente cambian la estructura, fisiología y metabolismo de la descendencia, lo que predispone a los individuos a sufrir daños metabólicos, endocrinos y cardiacos en la vida adulta.
Los estudios en animales muestran que tanto la desnutrición materna como la sobrealimentación reducen la placenta y el flujo sanguíneo hacia el feto, alterando su crecimiento. Además existe evidencia creciente de que el estado nutricional materno puede alterar el estado epigenético del genoma fetal.

Se trata sin dudas de una problemática muy seria. Sólo basta tener en cuenta que a pesar de la atención prenatal avanzada, el 5% de los bebés que nacen en los EE.UU. sufren de retraso del crecimiento intrauterino (RCIU). Durante la última década, convincentes estudios epidemiológicos han vinculado el RCIU con la etiología de muchas enfermedades crónicas en adultos humanos y animales.
La desnutrición materna durante la gestación reduce el crecimiento fetal y la placenta. La evidencia disponible sugiere que el crecimiento del feto es más vulnerable a las deficiencias en la dieta materna de nutrientes (por ejemplo, proteínas y micronutrientes) en el período de peri-implantación y el período de rápido desarrollo de la placenta. Así, el feto desnutrido recurre a mecanismos metabólicos para adaptarse a la malnutrición, modificando los niveles de insulina, hormona de crecimiento y factores insulinosímiles (Gluckman, 2006).
El hecho de tener sobrepeso u obesidad también puede acarrear consecuencias nocivas para el feto. Numerosos estudios han demostrado que el exceso de nutrición materna retarda el crecimiento de la placenta y del feto y aumenta la mortalidad fetal y neonatal en ratas, cerdos y ovejas. Muchas mujeres con sobrepeso y obesas, sin saberlo quedan embarazadas y continúan comiendo en exceso durante la gestación, exponiendo al feto a un potencial riesgo de mortalidad y morbilidad neonatal.

El RCIU es responsable de aproximadamente el 50% de las muertes fetales y malformaciones congénitas. Los bebés que pesan alrededor de 2,5 kg al nacer tienen tasas de mortalidad perinatal que son de 5 a 30 veces mayores que las de los niños que tienen un peso promedio, mientras que los nacen con un peso promedio de 1,5 kg el riesgo es de 70 a 100 veces mayor.
Del mismo modo, los bebés que sobreviven al RCIU a menudo están en mayor riesgo de sufrir trastornos neurológicos, respiratorios, intestinales, circulatorios durante el período neonatal. Ambos datos epidemiológicos y experimentales sugieren que el RCIU contribuye a una amplia gama de trastornos metabólicos y enfermedades crónicas en la vida adulta. Es decir, las alteraciones de la nutrición fetal y el estado endocrino pueden dar lugar a adaptaciones evolutivas que permanentemente cambian la estructura, fisiología y el metabolismo, lo que predispone a los individuos a sufrir diversas dolencias.
Recientemente la Fundación Británica del Corazón llamó la atención públicamente sobre la necesidad de controlar la nutrición y el estilo de vida de las embarazadas.
Según sus investigaciones, publicadas por la cadena BBC, durante el desarrollo fetal, el futuro bebé trata de predecir el medio ambiente en el que nacerá tomando las señales de la madre, con un consiguiente ajuste en el ADN.

Otros factores de riesgo relacionados con la conducta materna son la ingesta de alcohol durante el embarazo y el cigarrillo, hábitos que afectan el crecimiento del feto, diversos aspectos del desarrollo del cerebro y que pueden conducir a la muerte.
Todos estos indicadores no harían más que reafirmar la importancia de la calidad de vida y del estado emocional de la madre para programar un desarrollo armónico o ligado a la enfermedad en el futuro bebé, aun durante su vida adulta.
Pero estos factores de atención no comprometen únicamente a la madre sino a todo su entorno, responsable de garantizarle todos los cuidados preventivos para disminuir o atenuar el estrés y posibilitar una programación hacia la salud.

Es de suma importancia que pueda crearse una mayor conciencia social sobre los variados agentes que pueden desencadenar serios daños para la salud del bebé y se conozcan en profundidad los cuidados necesarios para crear el adecuado ambiente intrauterino para el desarrollo saludable, gestacional y futuro.

Luis Eduardo Martínez

Fuente: discapacidadrosario.blogspot.com.ar

 

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